En la colaboración que nuestra Asociación presta en distintos boletines y revistas de nuestro pueblo aparece la siguiente frase: “Agrupación Hermanos del Costal, trabajamos por nuestra Semana Santa”. Confieso públicamente que esa frase siempre me ha perecido acertada, pero incompleta al mismo tiempo. Estaremos hablando de ritos y tradiciones si ese “trabajo” que aportan los costaleros no parte de la humildad y carece de sentimiento.
Como en la Semana Santa en general, también en el mundo del costal se dan ritos y tradiciones que solemos valorar frecuentemente de forma excesiva. Así, por ejemplo, todos los años llega la hora de “igualar”, necesario rito para que se produzca un reparto equitativo del trabajo. ¿Y los ensayos? Quizás dentro de no muchos años se hable de los ensayos como de algo de lo que no se discute si es útil o no, porque se da por hecho que hay que hacerlo, simplemente porque lo manda la tradición y porque todos los que participan disfrutan con ellos. Y con eso basta.
Pero… ¿y el sentimiento? Costaleros… ¿qué se siente cuando el dolor se levanta?
Costaleros… ¿cuánto pesa un mundo lleno de lágrimas?
Cuando al mecerse se inclinan los varales y en la nana del palio se duerme el viento
¿es verdad que duele el alma?.
Yo se que arriba la Virgen, la madre mil veces guapa, escucha vuestro silencio
y le duelen las pisadas que van soportando el peso de sus varales de plata,
sus candelabros, el oro de su corona labrada, su palio,
su canastilla, su manto y su cera blanca.
Y sé que su corazón va también bajo las andas y os dice:
tened cuidado que los costales se ablandan
y hacen brotar amapolas que en los hombros se desangran.
No importa, dirán a coro los costaleros;
nos basta saber que va tu dolor meciéndose en nuestra espalda.
Y a la voz del capataz los costaleros levantan,
como si fuera una pluma, un mundo lleno de lágrimas.
¿Quién no ha derramado una lágrima ante ese paso que se mece dulcemente como si tuviera cuerpo, sangre y alma? Y en verdad que tiene todo eso; porque un paso lleva la sangre, el cuerpo y el alma de los costaleros que lo portan. Así, todos los pasos tienen su temblor, su gracia y su ritmo. Unos al compás de la música y otros al compás del silencio, que también es armonía.
Y todo ese sentimiento es únicamente creíble si parte de la humildad. No es lógico que todo se mida y se valore desde la perspectiva del costal, como tampoco lo sería que se hiciese exclusivamente desde las Hermandades. No empieza la Semana Santa con la “igualá”, ni termina con la comida de costaleros del Sábado Santo.
La Agrupación Hermanos del Costal trabaja por la Semana Santa de nuestro pueblo desde la humildad. Y por eso se han sabido corregir en buena medida excesos anteriores. Cada vez se ven menos costaleros delante o alrededor de los pasos; los relevos se hacen de un modo efectivo y humilde; se trabaja sobre los pies cuando suena la música en un lugar señalado, mientras que el resto del recorrido el paso anda, sencillamente anda, que ahí está la perfección de lo pequeño.
Bajo los pasos, los costaleros van apiñados, sudorosos, casi asfixiados por el peso y la falta de aire, pero cuando se sientan en el suelo para recuperar fuerzas y levantan los faldones para respirar…. sus caras están resplandecientes. Ese es el mejor termómetro para medir el sentimiento y la humildad.
Miguel Candau Cáceres
Como en la Semana Santa en general, también en el mundo del costal se dan ritos y tradiciones que solemos valorar frecuentemente de forma excesiva. Así, por ejemplo, todos los años llega la hora de “igualar”, necesario rito para que se produzca un reparto equitativo del trabajo. ¿Y los ensayos? Quizás dentro de no muchos años se hable de los ensayos como de algo de lo que no se discute si es útil o no, porque se da por hecho que hay que hacerlo, simplemente porque lo manda la tradición y porque todos los que participan disfrutan con ellos. Y con eso basta.
Pero… ¿y el sentimiento? Costaleros… ¿qué se siente cuando el dolor se levanta?
Costaleros… ¿cuánto pesa un mundo lleno de lágrimas?
Cuando al mecerse se inclinan los varales y en la nana del palio se duerme el viento
¿es verdad que duele el alma?.
Yo se que arriba la Virgen, la madre mil veces guapa, escucha vuestro silencio
y le duelen las pisadas que van soportando el peso de sus varales de plata,
sus candelabros, el oro de su corona labrada, su palio,
su canastilla, su manto y su cera blanca.
Y sé que su corazón va también bajo las andas y os dice:
tened cuidado que los costales se ablandan
y hacen brotar amapolas que en los hombros se desangran.
No importa, dirán a coro los costaleros;
nos basta saber que va tu dolor meciéndose en nuestra espalda.
Y a la voz del capataz los costaleros levantan,
como si fuera una pluma, un mundo lleno de lágrimas.
¿Quién no ha derramado una lágrima ante ese paso que se mece dulcemente como si tuviera cuerpo, sangre y alma? Y en verdad que tiene todo eso; porque un paso lleva la sangre, el cuerpo y el alma de los costaleros que lo portan. Así, todos los pasos tienen su temblor, su gracia y su ritmo. Unos al compás de la música y otros al compás del silencio, que también es armonía.
Y todo ese sentimiento es únicamente creíble si parte de la humildad. No es lógico que todo se mida y se valore desde la perspectiva del costal, como tampoco lo sería que se hiciese exclusivamente desde las Hermandades. No empieza la Semana Santa con la “igualá”, ni termina con la comida de costaleros del Sábado Santo.
La Agrupación Hermanos del Costal trabaja por la Semana Santa de nuestro pueblo desde la humildad. Y por eso se han sabido corregir en buena medida excesos anteriores. Cada vez se ven menos costaleros delante o alrededor de los pasos; los relevos se hacen de un modo efectivo y humilde; se trabaja sobre los pies cuando suena la música en un lugar señalado, mientras que el resto del recorrido el paso anda, sencillamente anda, que ahí está la perfección de lo pequeño.
Bajo los pasos, los costaleros van apiñados, sudorosos, casi asfixiados por el peso y la falta de aire, pero cuando se sientan en el suelo para recuperar fuerzas y levantan los faldones para respirar…. sus caras están resplandecientes. Ese es el mejor termómetro para medir el sentimiento y la humildad.
Miguel Candau Cáceres